EL ESPÍRITU SANTO, LA IGLESIA Y EL MUNDO

El Espíritu Santo, la Iglesia y el mundo

El Espíritu Santo desciende sobre nosotros como regalo de Jesús sucitado. Por eso, el Espíritu nunca habla de sí mismo: se siembra en nosotros para despertar la imagen de Cristo que late adormecida en el fondo de nuestro corazón. Se diría que el Espíritu Santo no busca protagonismo, sino que construye nuestra configuración con Cristo. Es el Espíritu de Jesús.

Y sin embargo, su presencia —tan discreta que a veces lo cristianos la olvidamos— es esencial en la historia de la salvación. El Espíritu Santo es la fuerza que Dios despliega sobre la creación en ciernes. El Espíritu vibra en el grito de los profetas que Él mismo suscita. El Espíritu Santo desciende fecundamente a las entrañas de la Virgen María.

El Espíritu Santo unge la humanidad santa de Jesús, a quien hace crecer, a quien fortalece, a quien llena de esplendor y a quien consagra para su entrega. La historia de la salvación ha sido siempre acción del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, aunque sólo hemos llegado a saberlo después de la revelación del Evangelio. Pero el Espíritu Santo siempre ha sido Espíritu del Hijo: en primer lugar, preparando su venida y su misión; en segundo lugar, después de la Pascua, reavivando el amor y la salvación de Jesús. Por eso, Pentecostés no es sólo el episodio que marca el origen de la predicación de los apóstoles. Pentecostés es todo tiempo; también el nuestro. Hoy también, prepara el Espíritu la misión de Jesús: late en el mundo y gime dentro de cada cosa, abriendo todo ser a Cristo; la voz del Espíritu se oye en los clamores y anhelos de la humanidad; el Espíritu Santo reúne a los cristianos y los fortalece; el Espíritu trabaja para que no separemos lo humano de lo espiritual.

Además, también continúa hoy el Espíritu la misión de Jesús: el Espíritu  anto sopla las heridas del mundo; el Espíritu suscita profetas con alabras de fuego; el Espíritu Santo llena de esperanza a la Iglesia; el spíritu actúa eficazmente en los sacramentos, tocando nuestra humanidad como ungió la humanidad de Jesús.

En Pentecostés, los cristianos somos impulsados por el Espíritu a colaborar con Él, a desplegar la vocación espiritual que tiene el propio mundo, que no es otra cosa que su unión con Jesús.

JUAN SERNA CRUZ
Con Vosotros Domingo 15 de Mayo 2016

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