XV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO - EL QUE TENGA OÍDOS PARA OÍR, QUE OIGA

La hoja de mi Parroquia - 314

El Evangelio (Mt 13,1-23): 

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente se quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas.

Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

»Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».


SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR.

Jesús ha venido a nosotros con una misión muy concreta: implantar en el mundo el Reino de Dios, en un ambiente contaminado por el mal, por el pecado. Y en ocasiones, muy adverso.
Con parábolas y ejemplos sencillos nos va a explicar cuáles son los caminos de Dios para que el hombre de hoy descubra el verdadero sentido de su vida.

Sus narraciones nos muestran la profunda sabiduría de Jesús, extrayendo de cualquier acontecimiento cotidiano una enseñanza para nuestra salvación.

Observando   del campo realizar su labor, ve Jesús que no toda la semilla va a ser eficaz. La respuesta va a ser diferente, según la tierra donde caiga. Pero el labrador que siempre espera obtener buena cosecha, esparce la semilla sobre la tierra, de la que espera una respuesta positiva.

Dios no se cansa de difundir y esparcir la semilla de su bondad y misericordia en los corazones de los hombres, justos y pecadores, porque confía más en la fuerza de la semilla que en la acogida de la tierra.
Siembra de una manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece que la semilla no pueda germinar. No es difícil identificar al sembrador.

ASÍ SIEMBRA JESÚS SU MENSAJE

Siembra su palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos que lo rechaza. Nunca se desalienta, su siembra no será estéril.

Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene la garra para atraer la atención del hombre y la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con humildad y verdad.

No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo anunciamos con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.

Dice el Papa Francisco que “cuando el cristiano no vive una adhesión fuerte de Jesús, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión”.


Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie. Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora de Jesús. ¿Qué contagiamos nosotros? ¿Indiferencia a fe convencida?

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